¿Cómo puedo saber si mi hijo sufre problemas de alimentación?

Los problemas de alimentación se han definido en innumerables ocasiones como la “epidemia” del siglo XX. A principios de los años 60 en la sociedad occidental se empieza a generalizar la idea del “cuerpo perfecto” entre las adolescentes chicas, el cual, con el paso de los años ha ido acercándose a un modelo cada vez más extremo de delgadez. En la actualidad, no solo las chicas jóvenes son las que buscan de manera insaciable bajar de peso para encontrarse, como ellas mismas dicen, a gusto con su cuerpo, si no que la frecuencia en la población masculina está aumentando con el paso de los años y al mismo tiempo, la edad de inicio cada vez es menor.

Podemos observar que existen problemas cuando nuestros hijos se preocupan en exceso por la cantidad de calorías que contiene el alimento que consumen evitando la mayor parte de las veces comidas o lugares en los que la comida sea muy calórica. También, puede llamar nuestra atención que los menores no quieran compartir su momento de comida con otras personas, sobre todo si éstas generan presión y exigencia en la conducta alimentaria.

Otros indicativos son las pérdidas de peso excesivas que a veces pone en riesgo la salud de los menores. En las chicas, a veces se produce amenorrea (ausencia de menstruación) tras ésta pérdida o por llevar a cabo alteraciones bruscas en la alimentación. Estas alteraciones podrían
producirse al llevar a cabo conductas restrictivas (por ejemplo, saltarse alguna comida principal) o purgativas (vómitos, o uso de dietéticos o laxantes), atracones (ingerir una gran cantidad de alimento en poco tiempo), y realizar abundante ejercicio físico, entre otras.

Del mismo modo, y aunque no sea tan visible, estas personas suelen experimentar de forma muy recurrente emociones como la tristeza, la ansiedad, la frustración y la ira, entre otras.

¿Por qué se producen los problemas de alimentación?

Como hemos dicho anteriormente, a nivel cultural se nos ha ofrecido una imagen de lo que está bien o mal, o de lo que es atractivo y de lo que no lo es. Este afán por intentar mostrar la mejor imagen de nosotros mismos, por intentar gustar y por la necesidad de sentirnos aceptados, en la adolescencia se agrava mucho más, ya que es el momento crucial en el que al ir forjando nuestra personalidad, buscamos la identidad grupal, y en ocasiones creemos que esa identificación y aprobación viene por nuestra parte más superficial, nuestro físico. Lo que genera en las personas con esta problemática, un miedo atroz a la ganancia de peso  o a verse mal físicamente (en muchas ocasiones encontramos distorsiones de la propia imagen corporal), relacionándolo con que si esto se produce, se alejan más del objetivo que persiguen y a su vez, la gente de su entorno podría rechazarles.

Al mismo tiempo, las diferencias individuales juegan un papel muy importante, ya que las personas con una baja autoestima o con abundante inseguridad, tienen más probabilidad de desarrollar un trastorno de alimentación. No obstante, la educación familiar puede convertirse en un factor de protección o de riesgo, es decir, si desde casa se les da seguridad, confianza y valía por cómo ellos son y no tanto por su peso ni por su volumen corporal, se estará afianzando una buena autoestima y será menos probable que encuentren dificultades en este sentido. Sin embargo, si se les instruye y se refuerzan las ideas de competitividad y de elevada exigencia, y se le da mucha importancia al aspecto físico, la probabilidad de problemas de conducta alimentaria, aumentan.

¿Cómo se le puede poner solución?

Antes de nada, es conveniente la comunicación con el menor. Preguntarle directamente cómo se siente y qué es lo que está
ocurriendo
puede hacer que no caigamos en confusiones sobre su problemática.

Posteriormente, si vemos que el problema se escapa de su control y va agravándose con el
tiempo, es importante no esperar mucho y alentarle a realizar cambios por sí mismo y con ayuda profesional, si no fuese suficiente.

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